14 enero, 2012

50 años de la pasión de millones

Hay pocos países en el mundo donde el béisbol no es un deporte, es parte inseparable y reparadora de la cultura. Cuba es quizás uno de los ejemplos históricos y paradigmáticos, con huellas que van desde coronas panamericanas, mundiales y olímpicas hasta pasiones, discrepancias, sufrimientos, infartos, novelas, y no pocos terremotos humanos de alegrías por celebraciones inolvidables como la de este 14 de enero de 2012.
El nacimiento del béisbol en el mundo —para los cubanos simplemente la pelota— se fija por la mayoría de los especialistas en 1845, cuando Alexander J. Cartwright, fundó en Nueva York, Estados Unidos, el club Knickerbocker. La rápida extensión a las naciones vecinas llegó a través de múltiples vías, pero las más directas en nuestra Isla fueron los marinos estadounidenses y los jóvenes adinerados que estudiaban en tierra norteña.
Aunque se considera el 27 de diciembre de 1874 como la fecha que marca el inicio oficial del béisbol en Cuba con el partido entre Habana-Matanzas, hay referencias de que se jugaba desde mucho antes, quizás desde 1865 ó 1866, tanto en el barrio capitalino Vedado, como entre los trabajadores portuarios de Matanzas.
La pelota en Cuba pasó rápidamente de campeonatos y estadísticas a formar parte esencial de la cultura nacional. El surgimiento de jugadores-ídolos, la extensión familiar de sus códigos, prácticas y emociones, así como el amplio impacto sociocultural de cada triunfo local, nacional e internacional volvieron a este deporte en un elemento inseparable de nuestra identidad, como uno de sus símbolos más preciados.

Adolfo Luque, José de la Caridad Méndez, Miguel Ángel González, Emilio Palmero, Gilberto Torres, Orestes Miñoso, Conrado Marrero, Carlos y Camilo Pascual, Juan Delís, Wenceslao González, son ejemplos ilustres de los 51 cubanos que pasaron por las Grandes Ligas hasta 1950, en tanto solo 10 latinoamericanos lo habían podido hacer hasta esa fecha.
Un cronista deportivo de referencia, Eladio Secades, escribiría en 1947: “El béisbol tiene la culpa de que no acabe de cumplirse la sentencia de que Cuba es el país del choteo. Lo sería si no tomásemos el béisbol tan en serio. Se desploman las ilusiones. Se malogran los apóstoles. Cada chalet que se levanta es un prestigio político que se cae. Pero todo no estará perdido mientras sigamos teniendo fe en la chaqueta de Amado Maestri. Aquí se le da más importancia a un out en home que a la caída de un Ministro. Afortunadamente”.
Sin embargo, las primeras temporadas o campeonatos de la Isla, con el inicio del siglo XX, se caracterizaron por un fuerte empeño de sobrevivencia de los jugadores en medio de una crisis económica que se expresaba directamente en hambre y miseria. Muchos partidos terminaban con una colecta pública —lo que en buen cubano llamamos: "pasar el sombrero"—, y eran ridículas las sumas que obtenían: dos, tres pesos por desafío para los jugadores regulares de los equipos.
No obstante, el propio imán del béisbol incrementó el número de practicantes en el país —equipos emblemáticos de esa época se recuerdan todavía: Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao—, en tanto la posibilidad de topar con el mejor béisbol del mundo entonces, la liga profesional de Estados Unidos, hizo que la calidad creciera. Para el cierre de la década de los cincuenta, Cuba llegó a contar con el equipo Reyes del Azúcar, ganadores de una pequeña serie mundial disputada en La Habana.
Pero finalmente llegó el 14 de enero de 1962. Cuba dio un paso trascendental y no por eso menos riesgoso en lo que ya era “el principal pasatiempo deportivo-cultural” del pueblo. La eliminación de la Liga Cuba de Béisbol Profesional y la creación de las series nacionales de béisbol — entonces se llamó el Torneo del INDER o Torneo Nacional de Béisbol Aficionado— estuvo rodeada de escepticismo, como han reconocido varios dirigentes de esa época, pues algunos dudaban de que pudiera mantener el mismo nivel de expectación y fidelidad el nuevo certamen amateur tras 84 campeonatos profesionales.
Nombres de equipos nuevos (Occidentales, Oriente, Azucareros y Habana), mentalidad renovada en el sistema competitivo y compromiso con el espectáculo eran los aspectos más significativos del cambio. Sin embargo, la justa prendió una llama eterna que 50 años después, en este 2012, mantienen viva no solo los 17 equipos que juegan la LI Serie Nacional, sino todo el pueblo que opina, polemiza, y sobre todo, adora el mundo de las bolas y los strikes.
Sin embargo, lo que hizo inmortal esas históricas campañas fue la valentía por asumir la pelota revolucionaria y enraizarla mucho más a la cultura e identidad de la nación cubana. Predominaba la ilusión de que el béisbol ganaría auge y calidad mientras más esfuerzo y entrega dieran sobre el terreno. Muchos de esos jugadores serían años después directores de equipos y aprendieron con el diarismo y la experiencia personal a dirigir los destinos de ese deporte en la Isla.
La nueva generación de estrellas e ídolos: Yulieski Gourriel, Ariel Pestano, Alfredo Despaigne, Michel Enríquez, Héctor Olivera, Alexander Malleta, Héctor Olivera, Frederic Cepeda, entre otras decenas, son herederos directos de lo vivido por más de un siglo de jonrones, fildeos, lanzamientos.
Y ya que hablamos de pasión, uno de los escritores cubanos más exitosos de la última década, Leonardo Padura logró como pocos una conclusión sobre el tema. “Todavía hay algo que nada ni nadie ha podido alterar en la vida de los cubanos: el sueño de un niño que, ahora mismo, en cualquier placer, en una esquina o incluso solitario ante una pared, lanza una pelota y se ve en medio del estadio Latinoamericano. Mientras esa fantasía siga persiguiéndonos no hay que preocuparse por lo esencial: seguimos siendo cubanos y la pelota es todavía el primer sueño que, sin saber muy bien por qué razón, la mayoría de los cubanos acaricia en la novela que cada uno escribe con su vida”.

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