13 febrero, 2011

Amor de película en el velódromo

En septiembre del 2009, la ciclista Lisandra Guerra cruzó la primera mirada de amor con Pedro Sibila, un pedalista del equipo nacional de ruta. No pueden recordar si estaban sobre una bicicleta, almorzaban en el comedor o descansaban bajo una sombra del velódromo Reinaldo Paseiro. Pero si concuerdan que “funcionó como en las películas”, a primera vista.
“Él no me enamoró, fui yo quien lo hice, aunque en esa parte del romanticismo ha tenido, a veces, detalles muy delicados como comprarme postales y flores”, cuenta con una sonrisa la matancera, multimedallista mundial en pruebas de velocidad, quien le concede más importancia al apoyo y la comprensión que se dan mutuamente en la actividad ciclística que a los regalos materiales.


En días recientes fue intensa la comunicación y no menos la añoranza, pues Pedro competía en la Vuelta a Chile, mientras ella entrenaba en la capital cubana para la próxima Copa Mundial en Manchester, Gran Bretaña. Correos, mensajes electrónicos y llamadas sorpresivas alegraron la vida de la velocista, tal y como ella lo hace cuando está de competencia en el exterior.
Un poco más sintético, pero igual de alegre, Pedro conversa sobre lo común que tiene una relación entre ciclistas. “Es bonito porque aunque hacemos cosas diferentes (ella es velocista y yo soy de fondo), en esencia luchamos por lo mismo, tener los mejores resultados en nuestras áreas. Hablamos mucho sobre cómo nos fue en el entrenamiento, cómo nos sentimos en las competencias, y por supuesto, con ese roce también crece el amor”.
No son pocos los ejemplos de parejas en el deporte que terminan pronto por la infidelidad de alguno de ellos, en tanto hay quien estigmatiza la promiscuidad como la principal característica de las relaciones entre atletas. Lisandra y Pedro se miran y lejos de huir la pregunta exponen su criterio.
“Eso está en la personalidad de cada quien, porque uno debe estar claro de lo que quiere, lo que siente y sobre todo confiar en la persona que tienes al lado. Mientras ambos se brinden cosas buenas y exista apoyo no hay que estar cambiando constantemente de pareja”, defiende Lisandra, tan apasionada en el amor como con los triunfos universales conseguidos en sus 23 años.
Y esos mismos éxitos la hacen más famosa a ella, algo que Pedro describe con orgullo y hasta con cierta dosis de inspiración, pues lejos de molestarse porque “me paren a la novia para pedirle un autógrafo o tirarse una foto”, siente que puede esforzarse más para algún día ser tan popular y conocido como su compañera.
El velódromo es una casa grande donde esta joven pareja pasa la mayor parte del tiempo, sin embargo, la intimidad no la confunden con indisciplinas y cumplen todas las reglas del centro, en tanto los fines de semana comparten con sus familias, a veces en La Habana, otras en Matanzas. “Y no hay problemas con los suegros”, precisan a coro improvisado.
Luego de casi un año y medio de estar juntos, Lisandra y Pedro rehúyen hablar todavía de casamiento, reflejo de lo que piensan muchos jóvenes hoy en nuestra sociedad. “La boda con papeles no nos interesa. Siempre es una ilusión como mujer, pero por el momento vivimos juntos, compartimos el hogar, nos estamos conociendo y todo va bien”, acota la campeona panamericana y mundial con firmeza.
Lejos del amor idílico que pulula en libros o novelas, esta pareja de enamorados se levanta cada mañana a devorar kilómetros de carretera, en tanto los besos, abrazos y cariños parecen crecer en la misma proporción. ¿Es celosa Lisandra?, pregunto para cerrar esta historia de vida. “A veces, pero tengo que tener algún motivo...”, se adelanta a responder ella. Y Pedro vuelve a sonreír, como dice que hizo cuando ella lo enamoró.

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