28 diciembre, 2008

Las piernas que iniciaron la historia


El 15 de octubre de 1964 es una de esas fechas inolvidables del movimiento deportivo cubano en los últimos 50 años. Y lo más trascendente de ese día ocurrió en apenas 10,2 segundos y bien lejos de nuestra pequeña Isla del Caribe: en Tokio, Japón. Algunos aún recuerdan la noticia como la más esperada de la semana, mientras otros prefieren hablar del camino que iniciaron las piernas de uno de los corredores más rápidos del mundo entonces, Enrique Figuerola, “El Fígaro”.
¡Plata, plata!, ¡primera medalla de la Revolución en Juegos Olímpicos!, ¡Sencillamente Figuerola!, pudieron haber sido buenos titulares al día siguiente. El oro en 100 metros correspondió finalmente al norteamericano Robert Hayes, con récord mundial. Cuarenta y cuatro años después, convidamos a Figuerola para contar su historia, esa que tanta falta hace para el presente.
¿Béisbol o atletismo?
“Empecé a practicar deporte en el barrio donde nací. Todos los muchachos de aquella época jugábamos béisbol y las actividades físicas las hacíamos en algunos placeres. Estuve jugando pelota en la escuela pública No.5 de Santiago de Cuba. Debido a la rapidez que desplegaba en las bases, los profesores me llamaron para que representara al centro en atletismo”.
¿Cómo podía simultanear estas disciplinas?
“Cuando llegaban las competencias venía a buscarme el profesor Pepe Cabolep, quien fue mi verdadero iniciador en el atletismo. Él estaba convencido de que iba a dar mucho más ahí que en el béisbol. En 1956 corrí por primera vez en el campeonato nacional. Y realmente sin entrenar por completo hice 10,8 en 100 metros. Aquello fue una sensación, pues el ganador de los Juegos Olímpicos de ese año lo hizo con 10,6 y yo todavía era escolar. En 1958-1959 me dediqué a hacer solo atletismo”.
¿Qué consejos le daba Rafael Fortún en esa época?
“Fortún fue un gigante, porque sus premios habían dado prestigio al país. Pude competir dos veces con él y aunque le gané, daba muchos consejos y su experiencia la transmitía sin reservas. Estuvo en varias competencias internacionales conmigo y no tuvo secretos para que alcanzara un óptimo desarrollo como velocista”.
Cuarto puesto olímpico en Roma 1960. ¿Suerte o preparación?
“Fue una cosa muy grande, pero no tenía aún conciencia de lo que significaba el atletismo; además, era el primer cubano que llegaba a una final olímpica de los 100 metros, y estuve a punto de obtener una medalla. Tuve muy poco tiempo de preparación para esa justa, en la que hay que correr muchas veces para llegar a la final. Tampoco tenía suficiente experiencia. Por ahí están las películas grabadas, donde se aprecia que hasta casi los 75 u 80 metros iba empatado con el alemán Armin Hary, ganador y recordista mundial”.
¿Por qué ha calificado a Armin Hary como el velocista más técnico que vio en su carrera deportiva?
“Los jueces lo daban como un corredor que se robaba la arrancada, pero no era así, tenía una capacidad de reacción formidable. Pude hablar con él y verlo en muchas oportunidades. Se decía que tenía “oídos de perro” porque daba la impresión que salía antes del disparo. Hasta nuestros días no he visto un sprinter más técnico”.
En fecha tan temprana como 1962 algunos plantearon que debía retirarse. ¿Injusticia o mal momento competitivo?
“Después del cuarto lugar olímpico en Roma se entendía que debía ganar medallas en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Jamaica. No fue precisamente el pueblo quien planteó esas expresiones, sino algunos dirigentes porque pensaron que estaba acabado, debido a una nefasta planificación del entrenamiento que tuve ese año. Por disciplina accedí a cumplir aquel sistema, pero al final la vida me dio la razón. En ese tiempo corría 10,2 con los ojos cerrados y debido a la carga del entrenamiento no pude lograrlo y me quedé sin medallas en aquellos Juegos”.
15 de octubre de 1964: ¿segundo día de cumpleaños?
“Esa plata olímpica tiene historias ocultas. En 1963 y 1964 Hayes y yo fuimos los dos mejores del mundo, pero nunca habíamos corrido juntos. Lo había hecho con otros norteamericanos y europeos, pero a él lo vi por primera vez en Tokio. Surgió además la coincidencia que en una sesión de preparación, sus entrenadores me preguntaron si podía entrenar algunas arrancadas con Hayes. Accedí porque tampoco conocía su capacidad de reacción y nos podíamos estudiar mutuamente. De esa situación salí perjudicado, porque durante las arrancadas en los 60 metros le sacaba hasta tres metros de ventaja.
“Sus técnicos se percataron de eso y le cambiaron el sistema de arrancada. Ahí él ganó la medalla de oro. No obstante, por su estatura (1.96 m), la velocidad que desplazaba y la amplitud de sus pasos después de los 60 metros yo tenía que hacer una super carrera para ganarle. Él no arrancó primero que yo, sino mejor que como lo hacía y le posibilitó hacer menos esfuerzo para ganar”.
Las glorias continuaron en 1968 con plata en el relevo 4x100. ¿Qué pasó en las rondas individuales de esa justa?
“Venía un poco en descenso, aunque ese año marqué 10,1 segundos. La competencia fue muy dura y no tenía la misma fortaleza de la velocidad, pero estuve luchando hasta la semifinal, donde no me favoreció la carrilera ocho, muy pegada al graderío. En ese heat clasificaban cuatro y fui quinto, por una milésima de segundo con el norteamericano. Sin embargo, pude ser finalista en el relevo (junto a Hermes Ramírez, Pablo Montes y Juan Morales) y allí obtuvimos la medalla de plata en una batalla histórica también”.
¿Cómo hizo para no tener nunca una arrancada en falso?
“Poder de concentración, fundamentalmente en los entrenamientos. Nuestros atletas noveles pierden la concentración cuando están dos o tres horas entrenando. La carrera de la velocidad es de mucha precisión y concentración. Debes tener control de ti mismo, de los nervios. Esa fue la estrategia que siempre usé”.
¿Pudo haber bajado en algún momento de los 10 segundos?
“Sí, cómo no. Incluso hubo competencias en que los cronómetros marcaron 9,9. No teníamos el desarrollo técnico de hoy, y eso nos limitó muchas veces. Tuvimos también el infortunio de no contar con una pista sintética, sino de arcilla, que son inestables en su composición y limitaba sostener un máximo de velocidad. En esta época, los velocistas hubiéramos mejorado nuestros tiempos”.
¿Alguna espina pendiente?
“No haberle podido regalar al pueblo la medalla de oro en uno de los tres Juegos Olímpicos en que participé. Era un compromiso interior y una satisfacción que había soñado. No pudo ser, pero ese regalo bien lo merecían el pueblo y la Revolución.”
¿Hasta cuánto podrá bajarse el récord del mundo?
“En la actualidad hay una distorsión en cuanto a los resultados del deporte. En la década del 60 se discutió mucho acerca de que el ser humano no podía bajar de los 10 segundos. Esa interrogante se respondió con los resultados de 9,9. Dentro de esa situación hay incertidumbre a partir de la utilización cada vez más habitual de sustancias doping. No es fácil dar un juicio final sobre hasta cuánto podrá llegar el ser humano sin esas sustancias. En los próximos años, mantener los 9,80 es factible, lo demás es difícil sin doparse”.
¿Qué no le puede faltar para vivir?
“Todo lo posible lo tengo. El amor de la damisela (señala para su esposa), el cariño de la familia, las amistades, el barrio, de todos. No tengo ninguna preocupación en cuanto al futuro y a la tranquilidad de vivir en esta tierra. Formo parte de la comisión nacional de atletas retirados, una idea genial para atender a las glorias deportivas que en etapas anteriores se vieron muy solas”.
¿Alguna anécdota de las que llegan al corazón?
“El retiro en Santiago de Cuba después de los Juegos Olímpicos de 1968, en el estadio Guillermón Moncada, donde pusieron una pista. Muchos muchachos del barrio fueron a pedirme que siguiera corriendo y tuve que explicarles que las facultades habían mermado y era necesario darle paso a la juventud. Entonces ellos mismos pidieron que donara el short y los spikes con que había alcanzado tantos triunfos. Y en esa petición sí pude complacerlos”.
Defina con una frase los nombres siguientes. Lázaro Betancourt
“Mi mejor amigo”.
Hermes Ramírez
“Gran compañero”.
Pablo Montes
“Inolvidable amigo”.
Juan Morales
“Parte de mi formación se la debo a él.”
Miguelina Cobián
“Excelente velocista”.
Silvio Leonard
“El relevo que pudo haber hecho más si no hubiera sido por las lesiones”.
Fidel Castro
“La mayor inspiración y el causante de esta revolución que ha tenido el deporte en Cuba”.

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