12 abril, 2008
Fidel e Imaday: dos rostros que se extrañan
Rápida, dinámica, revolucionaria y necesaria fue la decisión. Una Olimpiada Nacional que permitiera cubrir la preparación hecha por nuestra delegación a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador, 2002, los que nacieron inseguros para Cuba desde el principio. Fidel al frente, como el atleta mayor, el mejor atleta de la Revolución.
Noviembre. Plaza de la Revolución. Luces, medallas, fuerzas y razones. Tres embajadas de lujo: Occidentales, Centrales y Orientales dieron vida al certamen. Actuaciones brillantes de rango centroamericano y panamericano. Dentro de tantos rostros sobresalientes, una joven nadadora complacía con sus triunfos al más exigente. Imaday Núñez no podía esconder sus cinco títulos. Era la reina indiscutible.
Abril del 2004. Ciudad Deportiva. Trofeos, medallas, fuerza y razones. Otra fiesta idéntica. Algarabía. Entusiasmo. Y todos ganábamos. Era la segunda edición de una idea genial, un proyecto imprescindible. Y otra vez Fidel al frente, con la indicación precisa y la lección brillante sobre la trascendencia de estas citas para Cuba y América Latina. ¿La sonrisa mayor de las estrellas?, ni qué decir, Imaday de nuevo, pero con un botín más numeroso: siete coronas.
Dos años más tarde y de nuevo abril. Podios, medallas, fuerza y razones. En el mismo escenario donde días antes había recibido al equipo subcampeón del clásico mundial de béisbol estaba Fidel. Inauguración y Clausura. Muchos premios y atletas, pero un solo rostro de coincidencia desde el 2002: Imaday, por tercera ocasión la más inconforme dentro de las piscinas, de donde había sacado nueve doradas. ¡Nueve oros!
2008. A cinco días de la inauguración oficial de la cuarta versión, la inspiración no ha reparado en este detalle por casualidad. Todos los que de una forma u otra vivimos cada edición de la Olimpiada del Deporte Cubano extrañaremos la oportuna orientación y el sincero aliento del hombre que cumplió con sobrada dignidad su profecía de 1959: llevar el deporte tan lejos como fuese posible. ¿Acaso no es esta lid una realización encumbrada de lo lejos que hemos llegado?
Y también echaremos de menos a la ondina más talentosa de Cuba en el siglo XXI. Dispuesta ahora a disfrutar de las competencias desde las gradas o desde el puesto —no siempre complaciente para algunos— de la gloria deportiva que premia, aconseja y felicita. Por supuesto, habrá una reina nueva en la cita que se inicia, aunque el récord mayor, el del amor eterno a las albercas, será difícil de encontrar o superar con la misma dimensión y entrega que ella lo hizo.
Para el cronista que soñó tener una declaración exclusiva de ambos en estas páginas y elaborar con ella la noticia diferente o el reportaje más humano sobre nuestros juegos multideportivos, la hora del cierre le indica que esa posibilidad descansará con la frescura y el interés competitivo de los miles de atletas que desde el día 12 defienden las camisetas de sus equipos en función del mejor espectáculo, el que verdaderamente merece nuestro pueblo.
Fidel e Imaday, fuera ahora de sus actividades más queridas por razones similares, seguirán unidos en la natación, el deporte, la voluntad de vivir, el desvelo por hacer las cosas perfectas y sobre todo en la Olimpiada del Deporte Cubano. Sus rostros se extrañan, aunque ahora mismo acabe imaginándolos a mi lado, saltando, disfrutando, amando… como todos los cubanos.
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