25 septiembre, 2007

Los “nuevos” Juegos Olímpicos de la Juventud


Nada casual fue la propuesta. Se estuvo manejando desde finales del siglo pasado por varias razones, y entre las mayores no estuvo precisamente el tema deportivo, sino las ganancias del espectáculo que generaría lo que por derecho propio se convertiría en el segundo evento más importante del Comité olímpico internacional.
Lo cierto es que los Juegos Olímpicos de la Juventud nacieron formalmente con su aprobación en julio de este año y acogerán sus primeros campeones en el 2010. Desde el inicio, la carrera por la sede ha levantado expectativas —y patrocinadores, por supuesto— entre cuatro ciudades: Moscú, Atenas, Guadalajara y Ciudad de Guatemala, aunque hasta el último día de agosto pueden sumarse precandidatas.
Cada una de las aspirantes presentó sus credenciales ante la Comisión del COI. Moscú, su sólida infraestructura deportiva y experiencia organizativa; Atenas, el componente histórico que entraña haber sido cuna de la primera lid estival de la era moderna y Guadalajara, la oportunidad de aprovechar sus preparativos para los Juegos Panamericanos del 2011.
En el caso de la capital guatemalteca, la pretensión es más filantrópica que real. Haber sido sede de la Asamblea del COI donde se decidió la implantación del hermano menor de los Juegos Olímpicos motivó su solicitud, pero en poco menos de dos años es casi imposible que los centroamericanos reúnan las condiciones mínimas para ello, si tomamos en cuenta que en 56 años no han podido acoger siquiera unos Juegos Panamericanos.

¿REFERENCIA IDEAL?
La noticia provocó los primeros comentarios antes de que el COI diera carta abierta de manera oficial a esta cita. No faltaron quienes la defendieron como la lid más auténtica del deporte mundial, pues estará alejada de los vicios más recalcitrantes en la actualidad: profesionalismo y robo de atletas.
Otros han apostado a que el rango de edades de los venideros Juegos Olímpicos de la Juventud, de 14 a 18 años, permitirá mostrar la verdadera cara enamorada del deporte, que no ha cedido aún ante la comercialización y piensa sólo en los encantos, en “hacerlo bien para estar feliz con su gente”, y no en “hacerlo bien para ganar millones”.

Precisamente ahí está el mayor acierto y paradójicamente, el más peligroso objetivo de esta “nueva” lid. Jóvenes deportistas saldrán a los escenarios con el espíritu tan repetido y pocas veces cumplido: lo importante es competir, sin trampas ni dinero.
¿Hasta dónde podrá permitir eso el espectáculo? ¿No llegarán más rápido los casos de dopaje al intentar los bisoños marcas excepcionales? ¿Cuántas lesiones se incrementarán por apresurar la forma óptima de los jóvenes?
Solo son las primeras interrogantes de los preocupados por el deporte, y sobre todo, por el valor real de estos nuevos Juegos Olímpicos.
¿Cuántos campeones de estos certámenes podrán repetir luego en 2012, 1026 o 2020? ¿Será esto el eslabón que le faltaba al profesionalismo para borrar de las memorias los preceptos del Barón de Coubertin? ¿Podrán las naciones en desarrollo presentar sus atletas nacionales sin que nadie antes le ofrezca una beca de estudios o un “pequeño” contrato de trabajo?
No sumemos más preguntas. La referencia de los primeros Juegos Olímpicos de la Juventud no será tan ideal. En febrero del 2008 conoceremos la sede y dos años más tarde disfrutaremos de otro espectáculo, que “aunque lo vistan de seda” seguirá siendo más de lo mismo: deporte en función del comercio. ¿Y quién dice entonces que se trata de una nueva cita…?

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