22 enero, 2006

Yordania Corrales, una madre Elegante

En una de esas personas simples y tiernas se refugiaron agradecidas casi dos horas de conversación. Alejada por minutos de un tapiz inmenso y hechicero, la más Elegante de nuestras gimnastas —en la especialidad rítmica— descubrió el regalo más preciado que le había hecho su pequeña niña de dos años, Abigail Rodríguez. Y quisimos contarlo así, como si la postal de felicitación de todos los que la quieren dijera lo mismo:
“Para Yordania Corrales, todo amor y entrega al deporte y a la vida”.
A la matancera la delata una sonrisa. Desde el 2003 disfruta la primera medalla de oro que no conocía –de las cientos que ha ganado en su carrera deportiva-, aunque muchos le habían contado cómo serían estas “preseas de madre” después de su retiro en la I Olimpiada del Deporte Cubano en el 2002.
Para la primera campeona centrocaribeña de gimnasia rítmica —esta disciplina se incluyó en la cita de Maracaibo, Venezuela, 1998—, monarca panamericana individual y por equipos —Mar del Plata 1995 y Winnipeg 1999— y varias veces titular en eventos europeos, el desafío de educar a Abigail es un sueño, “el único sueño de paz que me faltaba”.
La entrevista transcurre tal y como la describimos.
Abigail se acurruca en sus brazos y parece dormida… ¿Qué pasó en Yordania con el inicio del siglo XXI?
"Mi última competencia oficial fue la Copa Yucatán, México, en el 2000, donde gané cuatro oros. Al regresar decidí retirarme por varios motivos: en el área panamericana existían muchas figuras de nivel, lo cual haría muy difícil revalidar el título obtenido en Winnipeg; el cuatrienio competitivo hasta el 2004 era demasiado fuerte para mi edad y el más importante de todos, quería tener mi hija.
“Vale más irse en la gloria que en el ocaso y así lo colegiamos el colectivo de entrenadores, en especial mi preparadora Siomara Ameller y yo. Más tarde, el 21 de noviembre del 2003 nació esta preciosa niña.”
La pequeña abre los ojos y sorprende con una risa inocente… ¿Qué significó Winnipeg’99 en tu carrera deportiva?-
"Una odisea y al mismo tiempo, lo más grande. Odisea porque tuve que competir en individuales y conjuntos y las norteamericanas influyeron tanto en la mesa de calificación que me pusieron de última competidora, por lo que solo tenía cinco minutos para cambiarme entre un evento y otro. Quince días antes monté la coreografía para el conjunto, algo que no hacía desde 1991, pues la atleta que le correspondía no pudo asistir a última hora.
“Sin embargo, fue grande por lo que logramos todas las muchachas, por la severidad del arbitraje y porque el Comandante en Jefe nos recibió al regreso y su frase no se me olvida jamás: ‘esa pelotica me la tienes que regalar’. Se refería a la pelota con que competí allá”.
La sonrisa insiste en el detalle de la pelota, que busca traviesa entre sus juguetes... Ese detalle de la pelota te marcó para toda la vida, ¿por qué se te cayó en Winnipeg?
"Mira, esa competencia la estaba mirando Cuba entera porque era de las últimas en esos Juegos Panamericanos y además, tenía la connotación que enfrentaba a las norteamericanas. La pelota se me cayó porque me atrasé en las vueltas y dejé los brazos abiertos, es la pura verdad. Al regresar de Winnipeg la gente me paraba en las calles —me encanta eso porque es bonito y sincero— para preguntarme por qué se había caído la pelota. Y no le podía dar a todos un explicación técnica, aunque a ninguno dejé de contestarle.
Un llanto corto avisa de sueño y hambre… ¿Dónde quedan en la memoria tantos años dedicados a un deporte tan bello, preciso y exigente?
"Vine de Matanzas para La Habana siendo una niña, tenía solo 8 años. Soy única hija y mi madre se sacrificó tanto como yo en aquellos tiempos. Imagínate que venía todos los fines de semana a verme. A los diez años pasé al equipo nacional y a los 14 debuté en los Juegos Panamericanos de La Habana 1991, donde ganamos el título de conjunto y Lourdes Medina fue la reina en lo individual.
“Después las metas fueron duras, porque tenía la responsabilidad de sustituirla a ella como primera figura. En los Juegos Panamericanos de Mar del Plata, en 1995, nadie me conocía y subestimaron lo que podía hacer Cuba allá en la gimnasia rítmica. Gané tres oros y dos platas y retuvimos el cetro continental”.
Barriga llena, corazón contento, parece decir Abigail y se vuelve a acomodar en los brazos. ¿Qué pasó cuando conociste que no irías a los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996?
"El momento más amargo de esa época. Después de haber clasificado en la cita continental y de estar seis meses entrenando en Brasil, me dijeron que era imposible mi asistencia a Atlanta porque solo iban los que más posibilidades tenían de alcanzar medallas. Cosas inexplicables en la distancia, pero que dolieron muchísimo porque ese el sueño de todo deportista. Pensé dejarlo todo y retirarme. Si no lo hice fue por mi entrenadora y mi familia.
“Luego vendría el campeonato mundial de Alemania 1997, en el cual obtuve la condición de atleta de clase mundial —algo que solo lograron antes en Cuba Sonia Pedroso y Lourdes Medina— y los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Maracaibo 1998, donde debutó oficialmente este deporte y me convertí en la primera campeona de la región”.
No hay señal de sueño en la pequeña, quien gusta de oír hablar a su mamá… ¿Cómo fue el tropiezo con otra “piedra” norteamericana para los Juegos Olímpicos de Sydney?
"Eso ocurrió en el campeonato mundial de Japón, en 1999, después de los Juegos Panamericanos. En la primera ronda iba entre las diez primeras, pero después la selección norteamericana sacó su influencia —dicen que pagaron a las juezas— y desde la segunda vuelta mis puntuaciones bajaron por errores que no cometía —recordemos que este es un deporte de apreciación— lo cual hizo que terminara en el lugar 42 y no clasificara para Sydney. Esa “piedra” tampoco la perdonaré jamás.
No muy contenta con la posición, Abigail se reacomoda y mira asombrada a mamá… ¿Por qué te decían la Elegante? ¿Cómo vivías un día de entrenamiento?
"Lo de la Elegante vino por varias cosas. Mi estatura —mido 1.73—, por un premio que me dieron en Europa que decía: a la más elegante y expresiva y porque cada vez que salía a competir hacía algo inusual. Le daba toda la vuelta al tapiz y después me presentaba ante los jueces para comenzar la selección. Aquello se convirtió en una costumbre.
“El entrenamiento era un placer para mí. Todas mis preparadoras, Xiomara, Sonia Pedroso, Carmen Valdés, Miriam Hernández y Juana Bravet me inculcaron ese amor y entrega a la disciplina. Me entendía muy bien con el aro —mi implemento favorito— y nunca tuve problemas de peso o de lesiones, aunque era un poco majadera para la fisioterapia.
“Me hubiera gustado ser modelo, bailarina o patinadora, pero me enamoré de la gimnasia rítmica, aunque con cuatro años matriculé en la artística en Unión de Reyes, mi municipio, porque no existían entrenadores ni condiciones para la rítmica. Una hora en la viga de equilibrio es el único recuerdo de esa etapa”.
Vuelve otra vez el llanto a interrumpir las palabras, pero un beso en la frente basta… ¿La actualidad, la maternidad, el amor?
"Soy entrenadora del equipo nacional y tengo grandes esperanzas de que Cuba vuelva a planos estelares en este deporte a nivel panamericano. La puesta en marcha de la nueva Escuela Nacional de Gimnasia contribuirá, sin dudas, a los objetivos que nos hemos propuesto. A veces siento nostalgia y me dan ganas de empezar.
“Ser madre es lo más grande que puede pasarle a cualquier mujer. Por más que a uno se le dicen solo se vive con los hijos en los brazos. Los médicos del hospital Ramón González Coro y mi familia me apoyaron mucho y ahora solo espero que cumpla tres años para buscar la pareja”.
La entrevista termina y no precisamente por la niña, sino por el regalo de su esposo, el futbolista Mario Rodríguez, quien sentencia que es mejor madre que gimnasta. Un ramo de flores con otra postal resume la última pregunta:
“Mamá, te queremos así de grande.”
Y Cuba también.

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