22 enero, 2006

Canastas a la vida


Rota toda planificación de horario para la entrevista, Leonor Borrell nos recibió en su casa en medio de la limpieza y los preparativos de la comida. Ni aún así perdió esa amabilidad desbordada que la distinguió por más de dos décadas en los tabloncillos de baloncesto. Tampoco mostró reservas para responder cualquier interrogante, en tanto pasó de la sonrisa a la seriedad cuando “el encuentro”, comenzó a exigirle recuerdos y definiciones no contadas a la prensa por caprichos del destino. Otra vez fue la misma Leonor que debajo del aro encestaba canastas endemoniadas con una puntería de excelencia. La diferencia era sólo el sentido de las canastas. ¡Estas fueron a la vida!
“Cuando iba para la escuela todos los días pasaba por un área de baloncesto que estaba al lado de la casa. Como era muy alta para esa edad —medía 1.62 con 9 años— el entrenador Rafael García Cañizares, más conocido por Abdala, se metía conmigo con una frase de invitación: “adiós, baloncestista”. Si digo que me gustaba el deporte, mentiría. Era una niña que prefería patinar, jugar yakis, montar bicicleta, trepar en los árboles y nadar en los ríos.”
Observo la nitidez de aquellas vivencias a través de su mirada complaciente y la precisión de cada detalle.
“Por embullo, y como mi hermana practicaba atletismo, decidí empezar en baloncesto con el entrenador Abdala. Eso fue en 1973 y como no había categoría en la EIDE para mi edad practicaba con las muchachitas de 13-14 años. Luego vino el plan de captación Escuela de Gigantes, el cual buscaba agrupar y superar a los jóvenes del baloncesto y voleibol de todo el país. En los Juegos Escolares de 1976 debuté oficialmente y ya en 1978 integro la preselección nacional juvenil. Los Juegos Juveniles de la Amistad de ese año—conocidos como las Esperanzas Olímpicas— en Hungría, fueron mi primer evento internacional.”
Favorecida más que por su estatura, por el talento natural para jugar baloncesto, Leonor no esconde que su poco peso corporal inspiraron criterios de debilidad física en algunos entrenadores.
“Siempre fui una de las más flacas del equipo, pero no la más alta. Mido lo mismo que en 1979 con 16 años (1.88). Tampoco era viciosa con el baloncesto, entrenaba normal y nunca me quedé horas extras. Más que entrenar, me gustaba jugar porque allí encontraba la razón de estar en el deporte. La posición de pívot fue donde único me desempeñé en toda mi carrera, aunque reconozco que hubiera querido ser delantera en algún momento.”
Ser poco impresionable con grandes acontecimientos dentro de su carrera sigue siendo una de sus características, en tanto sembró amistades con la sencillez y la humildad de las estrellas.
“El oro en los Juegos Panamericanos de 1979 lo disfruté, a pesar de que casi no salí al tabloncillo por mi condición de novata. Después vinieron las Universiadas Mundiales y los Juegos Olímpicos de Moscú. Yo era la niña dentro de aquel equipo —tenía 17 años— y Sonia de la Paz, Matilde Charro, Margarita Skeet, entre otras, me ayudaron bastante, sobre todo en los largos períodos de gira internacional. Mi hermana siempre dice que para que algo me impresione tiene que ser fuera de serie. Y repasando los acontecimientos de mi carrera, los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 sí provocaron ese efecto, por lo bien organizado que estuvieron.”
La década de los 80 del siglo pasado comenzó con la designación de mejor atleta en el campeonato mundial juvenil de 1981 y similar reconocimiento en el de mayores de 1986, así como varios lideratos de puntuación en torneos regionales y panamericanos.
“Pude ir a cinco Juegos Olímpicos, pero todos conocemos las razones por las cuales Cuba no asistió a los de 1984 y 1988. En los campeonatos mundiales sí tuve buen desempeño —participé en cuatro—, aunque sufrí el momento más amargo de mi carrera el mismo año que fui líder anotadora. Aquella derrota contra Checoslovaquia la recuerdo como si hubiera ocurrido hoy porque ese partido nos mandó a discutir el quinto lugar. Por ese tiempo me seleccionaron capitana del equipo, pero duré poco porque lo mío era jugar baloncesto y ser capitana implicaba cosas que no me interesaba asumir.”
La vida interna dentro del tabloncillo levantó ronchas de críticas en no pocas oportunidades, algunas más crueles que otras.
“La gente decía que era “guerrillera” dentro del juego. Y no me justifico. Todo el que tenga un poco de habilidades hace esas cosas. Es como un arma que tiene el jugador bueno. Sin embargo, nunca me trajo grandes problemas porque las compañeras sabían de mi calidad humana y que ponía por encima de cualquier cosa la victoria del equipo. Es verdad que prefería no hacer pesas ni correr pistas, pero cumplía el entrenamiento y después hablaron mis resultados.”
En los dos momentos cumbres del baloncesto femenino de aquella época: campeonato mundial de Malasia en 1990 y los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, Leonor resultó eje principal.
“De 1989 hasta 1995 contamos con el mejor equipo de baloncesto femenino que recuerde sin restar méritos a los otros. El bronce de Malasia nos costó “tripas y corazón”, porque entrenamos muy bien hasta la preparación previa en Rusia, donde las condiciones estuvieron pésimas. En Barcelona pudimos entrar en medallas —discutimos el bronce— pero nos relajamos demasiado con las chinas después de ganarle a las rusas, y perdimos esa oportunidad. Por más que he tratado de explicarme lo sucedido ese día no encuentro respuesta.”
Verdad y sinceridad; mujer y madre; oprobios e injusticias.
“Después de más de 20 años practicando baloncesto entendí justo tener a mi hija a los 32 años. En enero de 1996 presenté mi solicitud de no continuar en el equipo para los Juegos Olímpicos de Atlanta, algo que nunca pensé que llegara a motivar hasta la acusación de ”falta de patriotismo” de un periodista deportivo. El embarazo fue casual y dada mi edad no estuve dispuesta a renunciar a él. Es el gran debate en el mundo deportivo, ¿cuál es el momento más idóneo para ser madre? Aquellas imputaciones me dolieron mucho y todavía hoy recuerdo esas palabras con impotencia porque un hijo vale más que cualquier canasta, o evento del mundo.”
El silencio total tras el abandono de Cuba de su hermano.
“Es una historia que nunca he podido contar. Él sigue siendo mi hermano —se refiere a Lázaro Borrell— y fue baloncestista por mí, porque deseaba ser pelotero. No encubrí ni compartí su actuación de quedarse en otro país, pero la dimensión que se le dio implicó restarle toda validez a mi carrera, como si nada hubiera ocurrido en mis 20 años de baloncesto y como si fuera la culpable de tal proceder.”
La selección de los 100 mejores atletas del siglo en Cuba dejó fuera a la que muchos especialistas consideran la mejor baloncestista cubana de todos los tiempos.
“Haber quedado fuera de esa lista no es lo más importante, sino que el baloncesto cubano del siglo XX al parecer no existió, porque ni siquiera Pedro Chappé, Ruperto Herrera, Margarita Skeet estaban en la selección, con medallas olímpicas y mundiales incluidas. Fue una injusticia, pero no conmigo, sino con ese deporte.”
Entre las miles de anécdotas vivida busca una de las más graciosas y ríe a carcajadas para suerte de su memoria.
“El primer día que almorcé en el comedor de la Villa de los Juegos Panamericanos de Caracas, en 1983 dejé regado el saco con las pelotas que habíamos llevado de Cuba para entrenar. Jamás apareció y entonces tuvimos que hacer los entrenamientos únicamente con las pelotas del evento. Como medida disciplinaria me pusieron de guardia —consistía en levantar todos los días a las muchachas del equipo— todo el tiempo que duró los Juegos y una semana después que regresamos. Ahora lo cuento en broma, pero fue muy serio.”
A Leonor Borrell porque con tus pasos por el mundo ayudaste a escribir la historia del baloncesto femenino de América, escribió Jenaro Marchand, secretario general de la Confederación continental de baloncesto en un cuadro que cuelga en la sala de la casa.
“De no ser baloncestista hubiera sido psicóloga. También preferiría pasar inadvertida entre la gente, pero cuando me reconocen siento una alegría por dentro que a veces me sorprende porque dejé de jugar hace casi 10 años. Por cierto, sí me llamaron para regresar a la selección nacional después del embarazo, pero no quise por dos cosas. Primero, porque ya había sido retirada oficialmente —un acto relámpago que me sorprendió—, y segundo, porque no me sentía que iba a rendir igual que antes.”
Lo que queda por vivir.
“No quiero ser entrenadora, aunque sí me gustaría dirigir un equipo en Cuba. Cuando cumplí misión de colaboradora deportiva en Ecuador lo hice y gané varios juegos. De todas las cosas malas que me han sucedido —y no son muchas, sinceramente— he sacado las experiencias y las he convertido en buenas. Denisse, mi hija, es el centro de mi vida y de vez en cuando todavía entro al tabloncillo y tiro mis canastas…”
Entonces percibí esa nostalgia oculta porque su padre nunca se molestó en ir al tabloncillo para verla jugar alguna vez. Me atreví finalmente a decirle que ese deseo de presenciar un concierto de Michael Bolton es solo una parte de ese corazón compartido para miles de cubanos que quizás ni conozca, pero que la quieren así: eternamente baloncestista.

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