La tarde empezó con olor a caldosa, un plato típico de los campos cubanos, pero elaborado ahora en el corazón de un barrio residencial en la periferia de la capital cubana. El motivo de la invitación para el cumpleaños del “17” era solo degustar del nutritivo e hirviente líquido y quizás cantarle luego las merecidas felicidades.
Sin embargo, pocos invitados fueron conscientes de que en esas horas de confesiones, abrazos, béisbol, discusiones, recuerdos y fotos, nacían las primeras páginas del libro que muchos desearían escribir, como si tiraran un guantazo azul al 17.
Poco a poco se llenó el patio de los amigos que no solo lo aplaudieron y admiraron aquellos días en que iban, sin conocerse entre ellos, al estadio Latinoamericano para verlo jugar; sino que todavía lo hacen porque el “17” se ha mantenido fiel, sencillo, humano, familiar y sincero, como si vivieran detenidos sus sentimientos en una de las épocas de oro del béisbol cubano.
¿Es que acaso no ha pasado el tiempo? ¿Se puede cumplir 48 años y seguir teniendo un corazón tan grande después de tantas vivencias, injusticias, enfermedades, tropiezos, traiciones, tristezas y de ese llanto que todos llevamos dentro por alguna impotencia, por el día en que quisimos dar el batazo y no salió, por la expulsión increíble después de un dudoso strike o simplemente por la medalla de oro olímpica que falta en su colección?
La sonrisa amplia y franca lo delató toda la tarde. El “17” prefiere alimentarse siempre de sus cuatro títulos con los Industriales queridos, de los niños que sin haberlo visto jugar hoy le saludan, y de esa saludable y transparente amistad que le permitía estar sentado en el patio de su casa con médicos, artistas, científicos, entrenadores, militares, cuentapropistas, músicos, deportistas y un largo etcétera, que incluía al periodista invitado.
Y al cumpleaños no faltó su madre, toda dedicación y de sangre color del cielo; la esposa Albita, entusiasta y refugio de sus secretos más íntimos; el hijo devenido futbolista y devoto del club español Barcelona; el hermano que no pierde oportunidad de llevar puesto un pulóver industrialista; y la niña mayor, dueña de sus primeras caricias aunque ya sobrepase las dos décadas de vida.
De momento el patio se paralizó. Se levantaron los que jugaban dominó. Nadie tomó ni un sorbo de cerveza. La polémica sobre si Yulieski Gourriel debió batear o no en los Juegos Olímpicos de Beijing se extinguió. Los niños dejaron de batear la pelota de goma. Solo la caldosa se quedó dueña del ambiente, con su olor, su calor….Solo la caldosa y el final del juego Industriales- Las Tunas, con Malleta al bate y las bases llenas.
El “17” está más cerca que nadie frente al televisor. Se concentra como si así le transmitiera al inicialista sus conocimientos para batear en esos momentos. Una pregunta se lanza en el silencio expectante. ¿Qué le tirará? “No importa, esa carrera entra como quiera”, responde. Y así sucede… Se recompone el cumpleaños, la fiesta, ahora con otro triunfo de su equipo más amado.
Nadie repara en la hora y muchos menos en la brisa fresca que ha comenzado a correr por el patio. El “17” sigue de pie, ya sin las gafas de la tarde, pero con el mismo carisma que hace una despedida difícil para quienes tienen que marcharse. Es entonces cuando alguien repara su nombre: “Javier, cuándo y cómo escogiste el número 17 para el uniforme”. “Yo creo que el mismo día que nací, el 22 de abril de 1964”, sonríe Méndez, como si muchos no le fuéramos a creer que es cierto, él nació pelotero, el nació con el 17.
Sin embargo, pocos invitados fueron conscientes de que en esas horas de confesiones, abrazos, béisbol, discusiones, recuerdos y fotos, nacían las primeras páginas del libro que muchos desearían escribir, como si tiraran un guantazo azul al 17.
Poco a poco se llenó el patio de los amigos que no solo lo aplaudieron y admiraron aquellos días en que iban, sin conocerse entre ellos, al estadio Latinoamericano para verlo jugar; sino que todavía lo hacen porque el “17” se ha mantenido fiel, sencillo, humano, familiar y sincero, como si vivieran detenidos sus sentimientos en una de las épocas de oro del béisbol cubano.
¿Es que acaso no ha pasado el tiempo? ¿Se puede cumplir 48 años y seguir teniendo un corazón tan grande después de tantas vivencias, injusticias, enfermedades, tropiezos, traiciones, tristezas y de ese llanto que todos llevamos dentro por alguna impotencia, por el día en que quisimos dar el batazo y no salió, por la expulsión increíble después de un dudoso strike o simplemente por la medalla de oro olímpica que falta en su colección?
La sonrisa amplia y franca lo delató toda la tarde. El “17” prefiere alimentarse siempre de sus cuatro títulos con los Industriales queridos, de los niños que sin haberlo visto jugar hoy le saludan, y de esa saludable y transparente amistad que le permitía estar sentado en el patio de su casa con médicos, artistas, científicos, entrenadores, militares, cuentapropistas, músicos, deportistas y un largo etcétera, que incluía al periodista invitado.
Y al cumpleaños no faltó su madre, toda dedicación y de sangre color del cielo; la esposa Albita, entusiasta y refugio de sus secretos más íntimos; el hijo devenido futbolista y devoto del club español Barcelona; el hermano que no pierde oportunidad de llevar puesto un pulóver industrialista; y la niña mayor, dueña de sus primeras caricias aunque ya sobrepase las dos décadas de vida.
De momento el patio se paralizó. Se levantaron los que jugaban dominó. Nadie tomó ni un sorbo de cerveza. La polémica sobre si Yulieski Gourriel debió batear o no en los Juegos Olímpicos de Beijing se extinguió. Los niños dejaron de batear la pelota de goma. Solo la caldosa se quedó dueña del ambiente, con su olor, su calor….Solo la caldosa y el final del juego Industriales- Las Tunas, con Malleta al bate y las bases llenas.
El “17” está más cerca que nadie frente al televisor. Se concentra como si así le transmitiera al inicialista sus conocimientos para batear en esos momentos. Una pregunta se lanza en el silencio expectante. ¿Qué le tirará? “No importa, esa carrera entra como quiera”, responde. Y así sucede… Se recompone el cumpleaños, la fiesta, ahora con otro triunfo de su equipo más amado.
Nadie repara en la hora y muchos menos en la brisa fresca que ha comenzado a correr por el patio. El “17” sigue de pie, ya sin las gafas de la tarde, pero con el mismo carisma que hace una despedida difícil para quienes tienen que marcharse. Es entonces cuando alguien repara su nombre: “Javier, cuándo y cómo escogiste el número 17 para el uniforme”. “Yo creo que el mismo día que nací, el 22 de abril de 1964”, sonríe Méndez, como si muchos no le fuéramos a creer que es cierto, él nació pelotero, el nació con el 17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario