Antes de cerrar la etapa clasificatoria sería imperdonable no abordar un tema: el arbitraje. Una dura polémica anima siempre a aficionados, directores de equipos, jugadores y prensa especializada cuando valoran su desempeño. Llenos de críticas y solo admirados los que menos se equivocan, de acuerdo a la subjetividad de quien los juzgue, estos hombres de negro siguen siendo las manzanas de la discordia.
A pesar de la ampliación vertical de la zona de strike para esta LI Serie Nacional, continúa todavía visible que no hay uniformidad a la hora de cantar esa bola ?a la altura de las letras del uniforme?, en tanto los lanzamientos a las esquinas y bordes inferiores de las rodillas del receptor (en busca del pitcheo bajito) son pocas veces marcados como strike, lo que obliga a levantar la bola y ahí mismo vienen los batazos.
Sin embargo, lejos de cualquier simpatía con los encargados de hacer justicia en el juego de béisbol, uno de los hechos más cuestionados es la imposición de la autoridad, que no se gana siendo más o menos amable con los actores del pleito, ni tan fieros y pesados que nadie pueda dirigirles la palabra. Ejemplos hay de sobra, desde la época de Amado Maestri hasta Alfredo Paz.
Es casi imposible pensar que todos coincidamos con sus decisiones, de ahí que las reclamaciones ante jugadas de apreciación formen parte del espectáculo, sin ser excesivas o por gusto, como se ha visto esta temporada en algunos mánagers y peloteros. Sin embargo, la utilización de la expulsión como medida primaria ?hay 95, de ellas 60 peloteros hasta el domingo por 83 (49) en la serie pasada en igual período? cabría cuestionársela si antes no se acudió a la persuasión.
La ubicación exacta en las bases ?sobre todo en jugadas que suceden en segunda y tercera base? es algo que ha mejorado, en tanto todavía se debe ganar mayor especialización para el primer cojín y home, pues allí ocurren más decisiones en las nueve entradas y por ello hay una probabilidad superior de error.
No niego que poco a poco vayan escalando categorías los árbitros jóvenes, pero en la mayoría de los juegos y fundamentalmente en los desafíos claves deben impartir justicia los mejores en las más difíciles almohadillas. Muchos abogamos por la especialización en bases para preservar una media de calidad, sin que eso signifique limitar las oportunidades a quienes van superándose.
Si bien es cierto que no se han apreciado grandes desconocimientos de las reglas, se impone seguir su estudio y profundización, pues eso permite también ganar reconocimiento y autoridad. La agilidad de los partidos viene acompañada de un buen trabajo arbitral y aunque hemos avanzado (el promedio está en 2 horas y 57 minutos) todavía hay lanzadores que se regodean y no se les canta bola, bateadores que salen del cajón sin motivo y demasiada demora entre cada entrada.
Se acercan ya los play off, aunque los últimos partidos en la zona oriental ameritan reforzar con árbitros experimentados. La evaluación de cada uno de ellos no podrá ser nunca los coros gigantescos de: ?asesinos, hijo de??, ni la sarta de palabras groseras que lejos de expresar malestar evidencian un bajo nivel cultural.
Es hora de pensar en una diferenciación del salario de estos jueces en los estadios, en fomentar más conocimientos del reglamento entre los propios peloteros y en sancionar públicamente cuando así lo amerite a un árbitro que se haya equivocado. Hay mucho que andar todavía y no hay dudas de que ellos no están fuera tampoco de las asignaturas pendientes de nuestro béisbol.
A pesar de la ampliación vertical de la zona de strike para esta LI Serie Nacional, continúa todavía visible que no hay uniformidad a la hora de cantar esa bola ?a la altura de las letras del uniforme?, en tanto los lanzamientos a las esquinas y bordes inferiores de las rodillas del receptor (en busca del pitcheo bajito) son pocas veces marcados como strike, lo que obliga a levantar la bola y ahí mismo vienen los batazos.
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Sin embargo, lejos de cualquier simpatía con los encargados de hacer justicia en el juego de béisbol, uno de los hechos más cuestionados es la imposición de la autoridad, que no se gana siendo más o menos amable con los actores del pleito, ni tan fieros y pesados que nadie pueda dirigirles la palabra. Ejemplos hay de sobra, desde la época de Amado Maestri hasta Alfredo Paz.
Es casi imposible pensar que todos coincidamos con sus decisiones, de ahí que las reclamaciones ante jugadas de apreciación formen parte del espectáculo, sin ser excesivas o por gusto, como se ha visto esta temporada en algunos mánagers y peloteros. Sin embargo, la utilización de la expulsión como medida primaria ?hay 95, de ellas 60 peloteros hasta el domingo por 83 (49) en la serie pasada en igual período? cabría cuestionársela si antes no se acudió a la persuasión.
La ubicación exacta en las bases ?sobre todo en jugadas que suceden en segunda y tercera base? es algo que ha mejorado, en tanto todavía se debe ganar mayor especialización para el primer cojín y home, pues allí ocurren más decisiones en las nueve entradas y por ello hay una probabilidad superior de error.
No niego que poco a poco vayan escalando categorías los árbitros jóvenes, pero en la mayoría de los juegos y fundamentalmente en los desafíos claves deben impartir justicia los mejores en las más difíciles almohadillas. Muchos abogamos por la especialización en bases para preservar una media de calidad, sin que eso signifique limitar las oportunidades a quienes van superándose.
Si bien es cierto que no se han apreciado grandes desconocimientos de las reglas, se impone seguir su estudio y profundización, pues eso permite también ganar reconocimiento y autoridad. La agilidad de los partidos viene acompañada de un buen trabajo arbitral y aunque hemos avanzado (el promedio está en 2 horas y 57 minutos) todavía hay lanzadores que se regodean y no se les canta bola, bateadores que salen del cajón sin motivo y demasiada demora entre cada entrada.
Se acercan ya los play off, aunque los últimos partidos en la zona oriental ameritan reforzar con árbitros experimentados. La evaluación de cada uno de ellos no podrá ser nunca los coros gigantescos de: ?asesinos, hijo de??, ni la sarta de palabras groseras que lejos de expresar malestar evidencian un bajo nivel cultural.
Es hora de pensar en una diferenciación del salario de estos jueces en los estadios, en fomentar más conocimientos del reglamento entre los propios peloteros y en sancionar públicamente cuando así lo amerite a un árbitro que se haya equivocado. Hay mucho que andar todavía y no hay dudas de que ellos no están fuera tampoco de las asignaturas pendientes de nuestro béisbol.
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