La impresión no es de pocos, pero las causas pueden ser
muchas. Raras veces se da la feliz coincidencia de que una Serie Nacional
empiece con números tan buenos —diríamos excelente en algunos apartados— para los
lanzadores, en tanto los bateadores parecen almidonados con los maderos.
¿Y será verdaderamente creíble lo que está sucediendo?, se
comienzan a cuestionar los aficionados. Vayamos por paso. Que tres equipos:
Guantánamo (1.41), Matanzas (1.73) y Las Tunas (1.90) estén por debajo de dos
en promedio de carreras limpias por juego es algo inédito en el último lustro
de nuestras temporadas beisboleras.
Pero si le agregamos que esas tres selecciones son más
sorpresivas porque no tienen tradición en esa área de juego —con la excepción
de Matanzas en la época de Jorge Luis Valdés y compañía— la supuesta mejoría en
los lanzadores entra en terreno sospechoso, sobre todo ahora que regresamos el
box a sus medidas oficiales de 12 pulgadas y no a 16 como la edición precedente.
Es cierto también que en las tres primeras subseries han
trabajado los primeros hombres en los staff
de cada conjunto, lo cual asegura una calidad mínima a la temporada, por
aquello de que no se debe guardar a
nadie para el juego de mañana ya que es imperioso ganar todo lo que se pueda en
45 desafíos. Queda en suspenso si
algunos de esos brazos se rendirán antes de febrero, cuando se detendrá nuestra
serie por el Tercer Clásico mundial de Béisbol.
Si miramos la comparación imprescindible con lo realizado en
la temporada 2011-2012, se propinan más o menos los mismos ponches (614 por 627
hoy), se dan cuatro lechada más (11 por 15), al tiempo que sí es sustancial las
73 bases por bolas menos y el bajón colectivo del promedio de carreras limpias:
de 4.52 a 2.80 en la actualidad.
En el caso de los boletos gratis puede haber una
responsabilidad compartida con los árbitros, quienes abrieron su zona de strike
más vertical y obligan al bateador a chocar más la pelota y esperar menos un
posible descontrol del serpentinero para embasarse. Así lo atestiguan varios
hombres proa en las alineaciones, los llamados a “exprimir” más a los
lanzadores.
Haber soportado 58 cuadrangulares menos tampoco es un
indicador fiable de las virtudes actuales de nuestro pitcheo, pues conspira el
bote de la pelota Mizuno 200, que se sabía de antemano era menor a su prima-hermana:
la Mizuno 150, con la cual se jugó la mitad de la campaña precedente y que ya
no se produce en el mercado.
Sustancial indicador para bien son los 60 pelotazos que no
pararon al cuerpo de los bateadores (154 por 94), en tanto para mal es el
incremento de los balks (3 por 16), una deficiencia técnica muy grave,
en especial para Mayabeque y Las Tunas, que suman ya 5 y 4, respectivamente en
lo que va de campeonato.
En el plano individual,
varios nombres van sobresaliendo: el pinero Wilber Pérez con sus cuatro
victorias sin fracaso, los seis salvamentos del cienfueguero Duniel Ibarra, los
18 ponches de Ismel Jiménez en igual cantidad de entradas lanzadas, y las
labores puntuales del tunero Darién Nuñez y el avileño Maikel Folch, ambos
zurdos, con sendas lechadas antes Industriales y Matanzas, respectivamente.
Hay que reconocer la mejoría del aspecto técnico-táctico de
los serpentineros, sin el tutelaje de señas desde el banco; los buenos virajes
a las bases; la rapidez entre lanzamiento y lanzamiento sin hombres en base (de
lo contrario le cantan bolas), así como un aspecto poco medible, la defensa de
campo, expresada en tiros a las bases o roletazos fildeables.
Sin embargo, no puedo sostener que es tan bueno nuestro
pitcheo como el que necesitamos todavía para nuestros bateadores, aunque sea justo reconocer, una vez más, que en
escenarios internacionales siempre esta área ha salido con dividendos más
positivos que la ofensiva.
Volveremos sobre este tema cuando la serie llegue a su
mitad. Quizás entonces tendremos más elementos para valorar.
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