Ha finalizado el recorrido por todas las provincias del país de la dirección nacional de béisbol para escuchar y recoger, por tercera ocasión en poco más de un año —hubo encuentros similares en agosto del 2011 y enero del 2012— todas las propuestas e ideas posibles para un cambio de estructura en la serie nacional.
Lo aplaudible del debate deja ver muchas interrogantes para quienes desde hace mucho tiempo sostenemos que elevar el techo del béisbol cubano trasciende modificar solo el armazón o calendario del principal espectáculo deportivo del país. Este propio semanario en septiembre del pasado año abrió una polémica idéntica a la actual con decenas de opiniones de lectores que fueron enviadas a la propia Federación Cubana de la disciplina.
A eso habría que sumar lo poco creíble y hasta paradójico que resulta decidir a estas alturas la nueva estructura, en la cual lo único confirmado es que serán 16 y no 17 equipos los aspirantes al máximo banderín. ¿Por qué no se hizo este bien llamado “Congreso del béisbol cubano” desde que concluyó la campaña anterior en mayo? ¿Alguien puede convencernos de que la venidera estructura no está cocinada ya, si como se ha informado la definición final se tomará en horas?
¿Podrán analizarse concienzudamente en tan corto tiempo las más de 100 propuestas hechas, con ventajas, desaciertos, apoyo de los protagonistas, etcétera? ¿Acaso el gasto económico de esa selección 17 que ya está entrenando no es preocupante para el INDER? ¿Por qué limitar a un solo tema estas esperadas discusiones si el fenómeno es más complejo y no existen antecedentes ni espacios de este tipo para hablar a camisa quitada sobre la pasión de los cubanos?
La bola pica entre dos…
No descubrimos el agua tibia al asegurar que los principales problemas de nuestra pelota se resuelven jugando, jugando y jugando. Pero desde las cuatro esquinas de cada barrio —por cierto, adónde habrán escapado las pelotas de goma para “jugar a la mano”— hasta las categorías pequeñas y juveniles (sub 12, sub 15, sub 18 y sub 21), con ligas municipales y provinciales de larga duración, no menguadas por falta de esféricas, bates o guantes.
La recuperación gradual y mayor estimulación para esos activistas que nunca dirigieron en series nacionales, pero descubrieron miles de peloteros en todo el país y enseñaban el ABC de este deporte; el rescate de terrenos que fueron plazas claves para los primeros batazos de grandes estrellas y hoy son utilizados en otras disciplinas; así como una reorganización y actualización metodológica a muchos entrenadores de base son ejes para apuntalar el techo que queremos sin tantas teorizaciones.
Por supuesto, resulta imprescindible celebrar la Liga de Desarrollo a la par del torneo élite, pues es la única forma de que jueguen esos peloteros que mañana llenarán estadios para vitorearlos. Se impone escuchar más las experiencias de nuestras glorias deportivas de la misma manera que no deben quedar en las aulas el asesoramiento asiático recibido en meses anteriores. ¡Ojo!, los extremos siempre son malos y lo que a nosotros nos ha dado resultados positivos a los japoneses quizás no y viceversa.
Para elevar nuestro nivel —insisto, va más allá de quedar o no en el primer lugar de un torneo internacional— hay que comprender que no todos los peloteros pueden recibir iguales estimulaciones materiales, pues eso desmotiva muchas veces a los de mejores rendimientos. Eso no justifica, pero sí incide en algunos actos de venta (meriendas, uniformes, guantes, etcétera) en pos de obtener un filón monetario en medio de una sociedad con profundas transformaciones económicas.
No considero descabellado lanzar la propuesta de categorizar a nuestros peloteros en A (quienes sean llamados a una preselección nacional), B y C, a quienes vayan cumpliendo ciertos indicadores de calidad o provengan de las filas juveniles, respectivamente. La lógica aspiración de ser como los mejores hará rendir más sobre el terreno, con el consiguiente premio que eso signifique.
Hay que jerarquizar igualmente a nuestros árbitros, pues nada puede desestabilizar más un torneo que tantas zonas de strike como árbitros pasen por el home. Asimismo, y siendo consecuentes con la política de cuadros del país, los directivos en todos los niveles del béisbol cubano deben tener como máximo dos períodos de mandato, para garantizar continuidad, dialéctica y renovación. ¿Acaso no existen personas capacitadas para ese lógico relevo?
La bola se va elevando… No habrá nada mágico en la 52 Serie Nacional siempre y cuando se intente resolver lo epidérmico y no lo esencial, lo sustancioso del problema. Las grandes potencias del béisbol en el mundo han articulado su vida interna y preservado su espacio internacional bajo una premisa que nosotros hemos olvidado en los últimos años por razones objetivas y subjetivas, más las segundas que las primeras.
El verdadero crecimiento hay que lograrlo a través de las ligas menores y universitarias. Solo jugando mucho a esas edades se adquieren habilidades, oficio y profesionalidad. Luego toca perfeccionar la maestría deportiva alcanzada en torneos élites. Descuidar eso pudiera hipotecar el futuro más cercano, a pesar del gran talento natural que nace en Cuba para las bolas y los strikes.
Finalmente, no quiero dejar de mencionar la inestabilidad de los directores de equipo en nuestro pasatiempo nacional, algo que veremos nuevamente en el venidero certamen con seis mánager debutantes, cinco de ellos en conjuntos que el pasado año también cambiaron de timoneles: Santiago de Cuba, Holguín, Camagüey, Sancti Spíritus y Pinar del Río. En el caso de Guantánamo es justa la liberación de Agustín Lescaille después de un lustro de trabajo.
¿Acaso otro de los problemas actuales de nuestro béisbol no es la poca e insuficiente preparación de personas para esa estresante responsabilidad? ¿Cuándo se acabará el mito de que los juegos y los campeonatos los ganan los equipos y los pierden los directivos? Un gran jugador no tiene que ser directamente proporcional a ser un excelente mánager.
Aunque las líneas se acaban, no se agota el tema. Ponerse de acuerdo es tan difícil como llegar a la luna ahora mismo en avión. El Tercer Clásico Mundial toca duro a las puertas en tan solo seis meses. Nunca es tarde si la dicha llega, diría el más optimista ante esta fiebre de opiniones, “misterios” y motivaciones despertadas antes de la temporada.
No obstante, y como resulta imposible renunciar a la pelota como parte indisoluble de la cultura cubana, recordemos, al estilo del escritor Leonardo Padura, la importancia de lo que está en juego hoy, más allá de si sale Metropolitanos o se fusiona Isla de la Juventud con Mayabeque; de si son 90 o 67 partidos en esta serie; o de si habrá o no selectiva después de los increíbles play off:
“Todavía hay algo que nada ni nadie ha podido alterar en la vida de los cubanos: el sueño de un niño que, ahora mismo, en cualquier placer, en una esquina o incluso solitario ante una pared, lanza una pelota y se ve en medio del estadio Latinoamericano. Mientras esa fantasía siga persiguiéndonos no hay que preocuparse por lo esencial: seguimos siendo cubanos y la pelota es todavía el primer sueño que, sin saber muy bien por qué razón, la mayoría de los cubanos acaricia en la novela que cada uno escribe con su vida”.
Lo aplaudible del debate deja ver muchas interrogantes para quienes desde hace mucho tiempo sostenemos que elevar el techo del béisbol cubano trasciende modificar solo el armazón o calendario del principal espectáculo deportivo del país. Este propio semanario en septiembre del pasado año abrió una polémica idéntica a la actual con decenas de opiniones de lectores que fueron enviadas a la propia Federación Cubana de la disciplina.
A eso habría que sumar lo poco creíble y hasta paradójico que resulta decidir a estas alturas la nueva estructura, en la cual lo único confirmado es que serán 16 y no 17 equipos los aspirantes al máximo banderín. ¿Por qué no se hizo este bien llamado “Congreso del béisbol cubano” desde que concluyó la campaña anterior en mayo? ¿Alguien puede convencernos de que la venidera estructura no está cocinada ya, si como se ha informado la definición final se tomará en horas?
¿Podrán analizarse concienzudamente en tan corto tiempo las más de 100 propuestas hechas, con ventajas, desaciertos, apoyo de los protagonistas, etcétera? ¿Acaso el gasto económico de esa selección 17 que ya está entrenando no es preocupante para el INDER? ¿Por qué limitar a un solo tema estas esperadas discusiones si el fenómeno es más complejo y no existen antecedentes ni espacios de este tipo para hablar a camisa quitada sobre la pasión de los cubanos?
La bola pica entre dos…
No descubrimos el agua tibia al asegurar que los principales problemas de nuestra pelota se resuelven jugando, jugando y jugando. Pero desde las cuatro esquinas de cada barrio —por cierto, adónde habrán escapado las pelotas de goma para “jugar a la mano”— hasta las categorías pequeñas y juveniles (sub 12, sub 15, sub 18 y sub 21), con ligas municipales y provinciales de larga duración, no menguadas por falta de esféricas, bates o guantes.
La recuperación gradual y mayor estimulación para esos activistas que nunca dirigieron en series nacionales, pero descubrieron miles de peloteros en todo el país y enseñaban el ABC de este deporte; el rescate de terrenos que fueron plazas claves para los primeros batazos de grandes estrellas y hoy son utilizados en otras disciplinas; así como una reorganización y actualización metodológica a muchos entrenadores de base son ejes para apuntalar el techo que queremos sin tantas teorizaciones.
Por supuesto, resulta imprescindible celebrar la Liga de Desarrollo a la par del torneo élite, pues es la única forma de que jueguen esos peloteros que mañana llenarán estadios para vitorearlos. Se impone escuchar más las experiencias de nuestras glorias deportivas de la misma manera que no deben quedar en las aulas el asesoramiento asiático recibido en meses anteriores. ¡Ojo!, los extremos siempre son malos y lo que a nosotros nos ha dado resultados positivos a los japoneses quizás no y viceversa.
Para elevar nuestro nivel —insisto, va más allá de quedar o no en el primer lugar de un torneo internacional— hay que comprender que no todos los peloteros pueden recibir iguales estimulaciones materiales, pues eso desmotiva muchas veces a los de mejores rendimientos. Eso no justifica, pero sí incide en algunos actos de venta (meriendas, uniformes, guantes, etcétera) en pos de obtener un filón monetario en medio de una sociedad con profundas transformaciones económicas.
No considero descabellado lanzar la propuesta de categorizar a nuestros peloteros en A (quienes sean llamados a una preselección nacional), B y C, a quienes vayan cumpliendo ciertos indicadores de calidad o provengan de las filas juveniles, respectivamente. La lógica aspiración de ser como los mejores hará rendir más sobre el terreno, con el consiguiente premio que eso signifique.
Hay que jerarquizar igualmente a nuestros árbitros, pues nada puede desestabilizar más un torneo que tantas zonas de strike como árbitros pasen por el home. Asimismo, y siendo consecuentes con la política de cuadros del país, los directivos en todos los niveles del béisbol cubano deben tener como máximo dos períodos de mandato, para garantizar continuidad, dialéctica y renovación. ¿Acaso no existen personas capacitadas para ese lógico relevo?
La bola se va elevando… No habrá nada mágico en la 52 Serie Nacional siempre y cuando se intente resolver lo epidérmico y no lo esencial, lo sustancioso del problema. Las grandes potencias del béisbol en el mundo han articulado su vida interna y preservado su espacio internacional bajo una premisa que nosotros hemos olvidado en los últimos años por razones objetivas y subjetivas, más las segundas que las primeras.
El verdadero crecimiento hay que lograrlo a través de las ligas menores y universitarias. Solo jugando mucho a esas edades se adquieren habilidades, oficio y profesionalidad. Luego toca perfeccionar la maestría deportiva alcanzada en torneos élites. Descuidar eso pudiera hipotecar el futuro más cercano, a pesar del gran talento natural que nace en Cuba para las bolas y los strikes.
Finalmente, no quiero dejar de mencionar la inestabilidad de los directores de equipo en nuestro pasatiempo nacional, algo que veremos nuevamente en el venidero certamen con seis mánager debutantes, cinco de ellos en conjuntos que el pasado año también cambiaron de timoneles: Santiago de Cuba, Holguín, Camagüey, Sancti Spíritus y Pinar del Río. En el caso de Guantánamo es justa la liberación de Agustín Lescaille después de un lustro de trabajo.
¿Acaso otro de los problemas actuales de nuestro béisbol no es la poca e insuficiente preparación de personas para esa estresante responsabilidad? ¿Cuándo se acabará el mito de que los juegos y los campeonatos los ganan los equipos y los pierden los directivos? Un gran jugador no tiene que ser directamente proporcional a ser un excelente mánager.
Aunque las líneas se acaban, no se agota el tema. Ponerse de acuerdo es tan difícil como llegar a la luna ahora mismo en avión. El Tercer Clásico Mundial toca duro a las puertas en tan solo seis meses. Nunca es tarde si la dicha llega, diría el más optimista ante esta fiebre de opiniones, “misterios” y motivaciones despertadas antes de la temporada.
No obstante, y como resulta imposible renunciar a la pelota como parte indisoluble de la cultura cubana, recordemos, al estilo del escritor Leonardo Padura, la importancia de lo que está en juego hoy, más allá de si sale Metropolitanos o se fusiona Isla de la Juventud con Mayabeque; de si son 90 o 67 partidos en esta serie; o de si habrá o no selectiva después de los increíbles play off:
“Todavía hay algo que nada ni nadie ha podido alterar en la vida de los cubanos: el sueño de un niño que, ahora mismo, en cualquier placer, en una esquina o incluso solitario ante una pared, lanza una pelota y se ve en medio del estadio Latinoamericano. Mientras esa fantasía siga persiguiéndonos no hay que preocuparse por lo esencial: seguimos siendo cubanos y la pelota es todavía el primer sueño que, sin saber muy bien por qué razón, la mayoría de los cubanos acaricia en la novela que cada uno escribe con su vida”.
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