Matanzas.- Después de tantos triunfos, de tantos éxitos en
su carrera deportiva, de ese carácter explosivo, espectacular, alegre, único;
después de tantos años viéndole discutir una jugada, deslizarse en las bases,
defender las causas más imposibles con su ejemplo, debo confesar que nunca
pensé que a Víctor Mesa se le pudiera hacer un nudo en la garganta.
Había sido felicitado por un pueblo entero – y cargado entre
los hombros de la gente- cuando le dio a Matanzas el pase a la semifinal tras
una victoria histórica sobre Sancti Spíritus, y en esta ocasión volvió a ser
felicitado por todos, aunque la derrota significaba el tercer lugar histórico
para una provincia que depositó sus esperanzas, su luz, su optimismo en una
discusión por el título. Víctor así le había hecho soñar, creer y convencer.
Conversó con sus muchachos antes de enfrentar a la prensa y
les comentó, como siempre, los detalles del juego, los errores que le
impidieron dar ese salto a la gloria dorada, el trabajo que aún falta por
lograr y que él está dispuesto a continuar en la próxima campaña. Los felicitó
a todos y sin mucho protocolo se apareció en la conferencia de prensa, vestido
de rojo, y convencido de que podía responder cualquier pregunta.
Felicitó a Antonio Romero, el lanzador joven que hizo de
Industriales el rey occidental del béisbol cubano. “Se presentó fantástico, es
un gran talento. Me gustó como pitcheó. Cogió la bola en el primer inning y no
la soltó más. Les decía a mi gente: aprendan, que es joven igual que ustedes y
ganó el juego de vida o muerte”.
La emoción parecía contenerle las palabras, pero continuó. Y
siguió sentando cátedras de confesiones, el director recio, el más duro, el que
le habla a sus discípulos como si peleara constantemente. “Ya me reuní con
todos ellos. Les di mis felicitaciones y ahora tenemos que esperar al año que
viene. Esto de hoy es una demostración de que en el béisbol hay cosas muy
difíciles, que algunos ven fáciles desde las gradas, pero para los que actuamos
son muy difíciles”.
De momento, un colega le lanza la pregunta comparativa entre
lo hecho con Villa Clara y Matanzas. Otra vez Víctor Mesa toma la batuta. “La
primera vez con Villa Clara fui del 11 al 4 y luego llegaron dos subcampeonatos
y un tercero. Aquí el trabajo también salió. Estoy estresado hasta los “timbales”
y aunque ustedes no lo notan, pero he dejado de dormir y tengo mucho estrés,
porque arriesgamos y creamos compromisos”.
La voz comienza a bajar, pero quedan aún las confesiones.
“Gracias al trabajo del colectivo de entrenadores y a la vida, se cumplió lo
previsto y eso implica que el año que viene la meta es mayor: ya no es
clasificar a la postemporada, sino mejorar lo hecho”.
Las últimas palabras fueron intensas. “Y salió el resultado
para alegría de este pueblo, porque somos de Cuba y defenderemos esto donde
quiera que estemos. Matanzas me ha hecho vivir, con las calles llenas, el
estadio lleno, los saludos, las invitaciones, las amistades nuevas. Me llevo
tremenda emoción de Matanzas, y no me las llevo, porque regreso. Estoy contento
con el pueblo, pero muy triste por dentro...
Y ahí mismo se le hizo el nudo en la garganta. Pidió permiso
para no llorar y se marchó como lo que es, un ganador, el Víctor Mesa que todos
conocemos.
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