Las
horas de este 13 de agosto llevan no solo la felicitación para un hombre en el
que coinciden, entre muchas cualidades y retratos, capacidad política, estatura
universal, cultura enciclopédica, humanidad desbordada, amor de guerrillero,
carácter indomable y una visible pasión deportiva.
Fidel
está de cumpleaños y en la mente de los vinculados a la actividad física será
recurrente su presencia en escenarios deportivos, la preocupación por el atleta
lesionado, el consejo oportuno ante un juego decisivo o su apoyo desde las
gradas y hasta en el mismo banco de un estadio de pelota.
Estará
también el recuerdo a las primeras series nacionales de béisbol cuando jugaba
pelota en un estadio repleto sin su traje verdeolivo; su visita al buque Cerro
Pelado luego del regreso de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Puerto
Rico 1966; la defensa de los principios de la solidaridad olímpica en 1984 y 1988,
o sus visitas a Ana Fidelia Quirot en las primeras horas del accidente y a
Lázaro Vargas después de su operación.
¡Ese es
el Fidel de todos! Al que nunca será posible dedicarle unas simples
felicidades, porque el cumplió con el deporte todo lo que vaticinó en 1959: lo
llevó tan lejos como fue posible: primer lugar en Centroamérica y el Caribe
desde 1970, ganar unos Juegos Panamericanos como los de La Habana 1991, ser
quintos en unos Juegos Olímpicos: Barcelona 1992 y contar con miles de
profesores y licenciados en Cultura Física son apenas ejemplos incuestionables.
Ser una potencia olímpica a partir del concepto de
asumir el deporte como derecho del pueblo es la expresión más sincera para
resumir su pensamiento sobre cómo debe ser la práctica del ejercicio físico en
función de la salud, del bienestar social, de la recreación, del esparcimiento
sano y libre.
Por eso este 13 de agosto recordaremos también sus
carreras de 800 metros en sus años de estudiante; las canastas por montones en
los partidos de baloncesto de la década del 60 del siglo pasado en la Ciudad
Deportiva y el famoso último strike frente a Chávez en un juego donde jamás se
ponchó.
En todos los casos Fidel miró con paso firme, nunca
triunfalista, sin dejar de tener una sonrisa motivadora. Por eso, al deseo de
que tenga una salud eterna, de roble, de padre; al mejor regalo que podamos
entregarle hoy no deben faltarle las 87 velas del movimiento deportivo más
auténtico, que lo ha considerado siempre un campeón. ¡Felicidades, Fidel!, ¡Felicidades, campeón!
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