Tokyo.-
Es tan difícil escribir sobre una derrota en el béisbol para los cubanos como
contemplar el silencio y las caras llorosas de un conjunto de hombres que
soportaron, en menos de 72 horas, dos reveses ante Holanda, que casi ninguno de
los estamos en esta ciudad y en Cuba olvidarán hasta el último día de sus
vidas.
Holanda,
los naranjas de la pelota, los últimos campeones mundiales vigentes, nos
sacaron del III Clásico Mundial y aún duele creerlo, no porque la calidad de su
juego fuera inferior a la nuestra, sino porque el triunfo llegó en unos de esos
partidos que parecen sacados del congelador. Y eso es más doloroso, menos
irresistible para muchos corazones cubanos que sangran batazos, fildeos y
lanzamientos.
De
nada vale pensar ya que el jonrón de Simmons en el octavo episodio nunca debió
salir de su bate, pues Norberto González estaba lanzando el juego de su vida; que
las dos carreras anotadas por los europeos en el cuarto capítulo sin hit
tampoco debieron contar porque eso estimula a los vencedores y aplasta a los
vencidos; o que los errores defensivos de Yulieski Gourriel eran síntomas de un
nerviosismo intenso y no propios de una presión extrema por espacio de tres
horas.
El
dolor, la no clasificación a la última fase del Clásico, debe admitirse con esa
mezcla de impotencia que nos recuerda una historia similar en el 2009, cuando
Japón nos hizo exactamente lo mismo. La diferencia mayor es que esta Holanda no
es la perfección del juego asiático, aunque hoy por hoy es la escuela de
béisbol que más le encaja a nuestra formación en la arena internacional, sin
dogmas rígidos ni grandes especulaciones.
Seis
veces desde el 2000 hacia acá Holanda ha podido vencernos, incluso discutiendo
el cetro del orbe hace par de años. Ahora todos pensamos que el aspecto
psicológico estaba a nuestro favor, tras el nocao que sufrieron ellos la
víspera contra Japón y nuestro éxito por igual dosis contra Taipei de China.
Sin embargo, otra vez la mejor psicología, la mayor fuerza en el deporte, no
llega de suposiciones, sino que se conquista sobre el terreno.
Insisto
que el dolor naranja hoy en el corazón de cada cubano tiene que ser de infarto.
Y al jefe de la tropa, como casi siempre pasa, le echarán la mayoría de las
culpas, aunque esta vez dirigió su mejor juego del Clásico, hizo los cambios
exactos en los momentos precisos, arriesgó jugadas con la mayor valentía del
mundo y confió en sus peloteros como un padre lo hace con sus hijos hasta el
último segundo.
“No
perdieron los jugadores, perdí yo”, fue la frase que repitió una y otra vez en
la conferencia de presa. “Víctor Mesa es el responsable de la derrota y todo lo
demás que se pueda analizar lo asumo”, acotó convencido el mentor que minutos
antes del juego le repetía en el banco a sus muchachos: “jueguen y disfruten el
partido, que saldrá la victoria”. Víctor fue primero a enfrentar la prensa y
quizás luego llorará como nadie, pero la cara de la derrota en el deporte hay
que enfrentarla también con honor, decencia y ética.
Se
acabaron cuatro años de espera, trabajo, entrenamiento, discusiones,
preselecciones, cambios, giras, expectativa, optimismo, contradicciones,
lesiones, exclusiones, sacrificio, lejanía, y un largo etcétera que al mismo
tiempo que termina empieza ya para el cuarto Clásico del 2017. Los más jóvenes
tendrán edad y experiencia para volver a ver estos escenarios, los más
veteranos se despiden con la espina “no pude” clavada en medio del pecho. Es
muy duro y difícil pensar para todos que lo cerca estuvo nuevamente lejos.
Con
el dolor naranja habrá que vivir ahora en la espalda, en la cabeza, en cada
escenario de análisis y aprendizaje. Se impone no tirar el sofá ni buscar las
agujas dentro de un pajar de errores que pudieron haberse cometido antes y
después del Clásico. Es tan difícil escribir sobre una derrota en el béisbol
para los cubanos que ni siquiera las palabras podrán apagar nunca la vergüenza
que todo un equipo siente con un país, con su gente, con sus pasiones y sueños.
Se
acabó el tercer Clásico para Cuba. Que empiece entonces una verdadera
revolución en nuestro deporte, en nuestro béisbol.
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