No hay verdades absolutas ni camisas de fuerza en el deporte. Y mucho menos en el béisbol. A solo una semana del inicio de la 51 serie nacional cada vez son más fuertes los argumentos para pensar, con la inteligencia de todos, cómo elevar el techo de la pelota cubana, pero sin agujeros y con la pasión y premura que amerite el tema.
No precisamente por las últimas derrotas en la arena internacional —preocupantes también—, se impone un cambio de estructura en nuestros clásicos beisboleros, sino por la propia salud competitiva del mayor pasatiempo de los cubanos, diagnosticado hace más de un quinquenio con síntomas graves de enfermedad, con excepción de los gustados play off.
Del cúmulo de propuestas que hemos recibido, tanto de especialistas y profesores del deporte, aficionados, peloteros y directores presentamos una fórmula en la que se conjuga calidad, representatividad, espectáculo y rivalidad, cuatro ingredientes imprescindibles para el torneo más seguido de la Isla.
Mirando a nuestro alrededor
Las experiencias de los mejores certámenes beisboleros locales del mundo muestran aristas interesantes. La Liga profesional japonesa cuenta con 12 equipos, distribuidos en dos ligas (Central y Pacifico) y su campeonato abarca como promedio 6 meses y medio: abril-octubre. En la propia Asia, los sudcoreanos organizan su lid con ocho selecciones en similar fecha a los nipones. Ambas se definen en series cortas o play off.
En América, el paradigma de las Grandes Ligas de Estados Unidos está compuesto por 30 conjuntos, divididos 16 en la Liga Nacional y 14 en la Liga Americana, los cuales celebran 163 partidos en el calendario regular. En Dominicana apenas se juega la liga invernal con seis elencos, casi idéntico a Venezuela con ocho formaciones. En México se juega bastante, pero lidera la Liga del Pacífico con ocho escuadras.
Lo nuestro sin temores
En la estructura actual de nuestro campeonato 17 equipos resultan excesivos, pero renunciar al principio de territorialidad desde el inicio pudiera ser contraproducente para el desarrollo de cada territorio. En la propuesta que esbozo ubico a 16 conjuntos (sin Metropolitanos) para la primera serie con nueva estructura. Todos comenzarían jugando hasta completar 45 juegos (3 vs. contra cada uno). De ahí solo quedarían la mitad para una Primera División, en tanto los restantes conformarían un segundo apartado.
Los clasificados al grupo de élite tendrán derecho a escoger, si así lo desean un mínimo de 3-4 refuerzos para la segunda parte de la campaña de 42 juegos más (6 vs. cada selección). A los play off solo pasarían los cuatro primeros puestos de esa Primera División en semifinales cruzadas al mejor de siete desafíos, sin importar occidente u oriente.
Luego del corte hecho, se continuará jugando en la Segunda División, con el incentivo de que los dos primeros lugares accederán al siguiente año al grupo de los ocho mejores que entonces iniciarán la Serie Nacional en la Primera División, mientras los dos últimos de la campaña anterior bajarían al escalón más abajo a volverse a ganar el ascenso. Ese procedimiento se repetiría año tras año. En total se celebrarían 84 pleitos sin contar las finales.
Tendríamos así a la par dos certámenes (con el mismo dinero que se emplea ahora, aunque puede haber diferencia en alojamientos), pero arriba estarían concentrados siempre los mejores equipos y peloteros (se permitiría siempre un refuerzo mínimo antes de empezar la justa que se escogería públicamente), mientras los de abajo tendrían la posibilidad de ascender a esa cima si su calidad se los permite.
El juego de las Estrellas pudiera hacerse a mitad de la campaña con un enfrentamiento entre lo mejor de cada División, lo cual daría más emotividad y entrega, ya que será el momento de lucir todas las potencialidades para la afición, en tanto los “sembrados” en la elite no querrán perder con los que intentan ganarse el puesto.
Las estadísticas (importantes, pero no determinantes) serían llevadas en cada División y apenas variarían en comparación a las actuales, pues serían solo seis juegos menos que lo que efectuamos hoy. A todo lo anterior, habría que sumar una vez concluida la Serie Nacional, si las condiciones económicas del país lo permiten, una Liguilla más reducida o torneo Selectivo con no más de seis formaciones, lideradas por los cuatro primeros puestos de la Serie Nacional y dos formaciones más confeccionadas por el rendimiento de los jugadores.
En fin, de lo que se trata es de otra idea con la que se puede o no coincidir, pero en función de mejorar la salud de nuestro béisbol.
No precisamente por las últimas derrotas en la arena internacional —preocupantes también—, se impone un cambio de estructura en nuestros clásicos beisboleros, sino por la propia salud competitiva del mayor pasatiempo de los cubanos, diagnosticado hace más de un quinquenio con síntomas graves de enfermedad, con excepción de los gustados play off.
Del cúmulo de propuestas que hemos recibido, tanto de especialistas y profesores del deporte, aficionados, peloteros y directores presentamos una fórmula en la que se conjuga calidad, representatividad, espectáculo y rivalidad, cuatro ingredientes imprescindibles para el torneo más seguido de la Isla.
Mirando a nuestro alrededor
Las experiencias de los mejores certámenes beisboleros locales del mundo muestran aristas interesantes. La Liga profesional japonesa cuenta con 12 equipos, distribuidos en dos ligas (Central y Pacifico) y su campeonato abarca como promedio 6 meses y medio: abril-octubre. En la propia Asia, los sudcoreanos organizan su lid con ocho selecciones en similar fecha a los nipones. Ambas se definen en series cortas o play off.
En América, el paradigma de las Grandes Ligas de Estados Unidos está compuesto por 30 conjuntos, divididos 16 en la Liga Nacional y 14 en la Liga Americana, los cuales celebran 163 partidos en el calendario regular. En Dominicana apenas se juega la liga invernal con seis elencos, casi idéntico a Venezuela con ocho formaciones. En México se juega bastante, pero lidera la Liga del Pacífico con ocho escuadras.
Lo nuestro sin temores
En la estructura actual de nuestro campeonato 17 equipos resultan excesivos, pero renunciar al principio de territorialidad desde el inicio pudiera ser contraproducente para el desarrollo de cada territorio. En la propuesta que esbozo ubico a 16 conjuntos (sin Metropolitanos) para la primera serie con nueva estructura. Todos comenzarían jugando hasta completar 45 juegos (3 vs. contra cada uno). De ahí solo quedarían la mitad para una Primera División, en tanto los restantes conformarían un segundo apartado.
Los clasificados al grupo de élite tendrán derecho a escoger, si así lo desean un mínimo de 3-4 refuerzos para la segunda parte de la campaña de 42 juegos más (6 vs. cada selección). A los play off solo pasarían los cuatro primeros puestos de esa Primera División en semifinales cruzadas al mejor de siete desafíos, sin importar occidente u oriente.
Luego del corte hecho, se continuará jugando en la Segunda División, con el incentivo de que los dos primeros lugares accederán al siguiente año al grupo de los ocho mejores que entonces iniciarán la Serie Nacional en la Primera División, mientras los dos últimos de la campaña anterior bajarían al escalón más abajo a volverse a ganar el ascenso. Ese procedimiento se repetiría año tras año. En total se celebrarían 84 pleitos sin contar las finales.
Tendríamos así a la par dos certámenes (con el mismo dinero que se emplea ahora, aunque puede haber diferencia en alojamientos), pero arriba estarían concentrados siempre los mejores equipos y peloteros (se permitiría siempre un refuerzo mínimo antes de empezar la justa que se escogería públicamente), mientras los de abajo tendrían la posibilidad de ascender a esa cima si su calidad se los permite.
El juego de las Estrellas pudiera hacerse a mitad de la campaña con un enfrentamiento entre lo mejor de cada División, lo cual daría más emotividad y entrega, ya que será el momento de lucir todas las potencialidades para la afición, en tanto los “sembrados” en la elite no querrán perder con los que intentan ganarse el puesto.
Las estadísticas (importantes, pero no determinantes) serían llevadas en cada División y apenas variarían en comparación a las actuales, pues serían solo seis juegos menos que lo que efectuamos hoy. A todo lo anterior, habría que sumar una vez concluida la Serie Nacional, si las condiciones económicas del país lo permiten, una Liguilla más reducida o torneo Selectivo con no más de seis formaciones, lideradas por los cuatro primeros puestos de la Serie Nacional y dos formaciones más confeccionadas por el rendimiento de los jugadores.
En fin, de lo que se trata es de otra idea con la que se puede o no coincidir, pero en función de mejorar la salud de nuestro béisbol.
1 comentario:
Leido su articulo, tiene usted muy buena idea, esto que propone subiria sin lugar a dudas el techo de nuestra competencia. Solo queda elevar su propuesta y que se valore y se apruebe.
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