08 marzo, 2011

Una crónica a la mujer deportista cubana

Este ocho de marzo la fiesta es bienvenida cuando se dice Mujer. En el deporte cubano sobran las ganas para este homenaje, pues no solo la mujer deportista ilumina con su belleza cada competencia, sino que ha aportado lo mejor de sí en cada resultado.
No es posible hablar de cuánto ha hecho Cuba por la actividad física sin mencionar el aporte tierno de esa atleta, entrenadora, profesora, psicóloga y madre de los campeones que todos aplaudimos un día.


Hay fechas o aniversarios cerrados que motivan, despiertan y ven crecer siempre crónicas muy parecidas al alma de una mujer. Este pudiera ser el caso, aunque el refugio sea el deporte cubano, donde sobran ejemplos de esfuerzo y voluntad para conquistar una medalla, en tanto simultanea la casa, el hijo y el deporte.
Muchos premios centroamericanos, panamericanos, mundiales y olímpicos siguen ahí esperando por su única manera de amar. A ellas, este ocho de marzo les debemos una crónica, como diría el poeta.
Sin enumeraciones vacías o caprichos del destino, la mujer deportista cubana tiene historias tan conmovedoras que a más de un periodista se le estremece el corazón al contarla. Preguntémosle a Mireya Luis, Ana Fidelia Quirot, Yoanka González, Legna Verdecia, María Caridad Colón, Driulis González, Leonor Borrel, por solo citar algunas con las que un día conversando sobre sus medallas terminamos hablando de amor.
Y entre todas ellas elijamos dos hazañas, las de Ana Fidelia Quirot y de Driulis González. En el caso de la doble campeona mundial de 800 metros, el valor no queda meramente en esas históricas doradas, ni siquiera en la fama universal que se ganara con sus piernas. La dosis de sacrificio y voluntad que regaló Ana Fidelia tras un accidente casero en 1993 no se anidó solo en los libros, sino en la memoria de todos, de su pueblo.
En el caso de Driulis, algo muy parecido llenó aún más de gloria su abultado aval de premios. El oro olímpico de la judoca en la edición de Atlanta 1996 quedó en su cuello luego de una severa lesión cervical meses antes de la justa. Fue la lección más viva de tenacidad y amor de cómo llegar a ser una diosa del tatami.
Y es precisamente ese sentimiento, el amor, el único que les permite llegar a todas esas deportistas a los títulos más encumbrados en la carrera deportiva. Por eso no resulta nada raro que estas líneas, alejada de escenarios o podios comunes, concluyan solo con el pensamiento fiel a las que todavía viven y disfrutan del deporte con el mismo cariño y ternura que amamantan una criatura.
La huella de la mujer anda sobre todos nosotros y nadie puede dibujarla, solo sentirla En un día como hoy, llegue el beso de todos a esa mujer deportista, sueño y realidad de este pueblo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mireya Luis es mas que ejemplo de lo que significa la mujer cubana,la admiro por su talento,bondad,disciplina y entusiasmo ante todas sus responsabilidades,ejemplo a seguir para futuras generaciones del deporte en general.Rosa Ravelo